En los últimos años, la economía de España está sacudiéndose todos sus lugares comunes históricos. La creación de empleos de mayor valor añadido discute aquello de que somos un país de camareros. Las exportaciones de servicios relacionados con la consultoría, la tecnología o la información rompen con un sector exterior centrado en el turismo y los automóviles. La salida de la doble crisis de la pandemia y la invasión rusa de Ucrania se ha conseguido sin una destrucción masiva de puestos de trabajo, elevando el salario mínimo (SMI) y reduciendo la desigualdad. Y, del mismo modo, los datos de empresas inscritas a la Seguridad Social apuntan a un descenso de las más pequeñas en la última década y a un importante crecimiento de compañías grandes, teóricamente más productivas.
España se está rebelando contra el sesgo tradicional de una economía edificada sobre un tejido de pequeñas y medianas empresas (pymes), y autónomos. Nuestro país debate ahora esa preponderancia y traza una tendencia de aumento del tamaño de las compañías que apoya una mejora de la productividad, como lo hacen otras dinámicas que se observan en…