Los Reyes de antes llegaban, como ahora, en su día y puntuales. Pero sin debates de inclusión, sin síes ni noes. Sin depresiones digitales porque tu cuenta de TikTok no tira como te mereces. Era una celebración políticamente incorrecta, mas muchos la esperábamos con ansia viva. Yo más que absolutamente nadie. Acostumbraba a ir al pueblo de mis abuelos (maternos), tal vez el más pequeño de Tarragona, del que ahora, casi cincuenta años después, he sabido que lo creó el judío que encontró en Salomó un buen nombre para salvaguardar sus orígenes y en el Ball del Sant Crist el mejor de los apaños para sobrevivir como buen converso.
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