
“Lo que sea para no mufarlo”. Gafar el partido era lo que Tariel Macharashvili, chef argentino residente en Barna, deseaba evitar a toda costa. Cumple 35 años este domingo, por lo que no había visto nunca a Argentina ganar un mundial. Hasta hoy, después de la que seguramente haya sido la final más emocionante de toda la historia de los torneos del mundo de futbol.
Decenas de argentinos de Barna han sufrido, llorado y estallado de alegría en los bares cercanos al Arco del Triunfo de la capital catalana, transformado en un pequeño Obelisco de la ciudad de Buenos Aires, el sitio donde la afición argentina festeja sus victorias. A pesar de que según el censo en la capital catalana viven diecisiete franceses y diez argentinos, en los bares y las calles del centro los segundos eran abrumadora mayoría. La resistencia gala se concentraba en un pub inglés de la plaza Urquinaona.
“Se debe dar, se debe dar”. Es la oración que repetían los argentinos de Barna que dos horas antes del partido ya llenaban el restaurant árabe de Miguel, el Triomf, transformado este domingo en una barra quilombera que no deja de alentar. En una mesa apuran el kebab Sonia, Nati y Norberto (cuatro y trece años en Barna) y Noemí y Mauricio, madre e hijo argentinos que están de visita. Están haciendo una videollamada con amigos en la ciudad de Buenos Aires. Allí son las 9 de la mañana.
“Se terminan de levantar, no saben si desayunar fuerte o comer después, por el hecho de que durante el partido se van a ahogar con los ravioles”, bromea Nati. Los 5 se fundirán tres horas después en un abrazo una vez Montiel marque el penalti decisivo…