Dentro hacía muchísimo calor en verano y el frío en invierno te dejaba prácticamente sin movimiento. Era una vieja fábrica de pianos en la que su propietario, buscando aumentar su fortuna, dividido en pequeños y abundantes estudios para rentar a todo aquel que soñase con ser un artista en París y no tuviese ni para pagarse las pinturas. Estaba sucio, olía mal, solo había un caño de agua, una letrina para la veintena de estudios y demasiada gente para tan poco espacio.
El Bateau Lavoir (nombre que se le ocurrió a Max Jacob al recordarle a las lavanderías flotantes que recorrían el río Sena) se encuentra en uno de los distritos de París, en el 18, que hasta no hace muchas décadas era un pueblo de las afueras de la urbe. Allá, en Montmatre, en aquella residencia- taller llena de pintores, de colores, de ideas, de pasiones, de escritores y poemas se creó el primer cuadro cubista de la Historia y Picasso pasó de hombre a semidiós. Las señoritas de Avignon se pintaron en este lugar en mil novecientos siete, 3 años después de que Picasso llegara a la capital francesa…