Las calefacciones europeas del futuro encierran una certeza y un puñado de incertidumbres. Se sabe, a ciencia cierta, que no serán de gas fósil, el combustible que hoy domina —a gran distancia del resto— en países como España pero que pasará a mejor vida en las próximas décadas. Por el bien de todos. Lo que se ignora, y es la pregunta del millón, es cómo se alimentarán: si el mercado, como parece, se encaminará a las llamadas bombas de calor —sistemas de climatización ultraeficientes y alimentados con electricidad—; o si, por el contrario, se impone el biometano para alimentar las calderas actuales. Una disyuntiva que deja en disputa un jugoso pastel, valorado en miles de millones de euros, entre compañías eléctricas y gasistas.
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