“Hemos tenido que correr y atarnos los zapatos a la vez”, decía en 2015 Íñigo Errejón, tan amigo de los ingenios retóricos, sobre la fase de despegue de Podemos, cuando aspiraba a ganar elecciones y al mismo tiempo a armarse como organización. Paradojas de la política, la izquierda alternativa, medio grogui por su dimisión tras una acusación de violencia machista en redes sociales —a la que ha seguido otra ante la Policía de agresión sexual de la actriz Elisa Mouliaá—, se ve obligada ahora a hacer un equilibrismo parecido. Van a tener que correr para enfrentarse a una crisis apremiante bajo la sospecha que siembra la pregunta “¿quién sabía qué?”, y a la vez van a tener que atarse los zapatos para emprender el camino de su recomposición. El espacio a la izquierda del PSOE, clave en la última década para la existencia de un Gobierno progresista, se enfrenta desde la debilidad y la división a un carrusel de incertidumbres que abarcan organización, alianzas, liderazgos… Todo.
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