En medio de un mar mutuo de lágrimas, Oxana y su hija Eva se funden en un emocionado abrazo en la escalerilla de un autobús en Kiev en la tarde del sábado pasado. La madre le acaricia el semblante, la toca, la mira como queriendo cerciorarse de que la pequeña regresa de Rusia entera y sana. Se habían separado hacía ciento trece días. Oxana puede considerarse una madre con suerte, puesto que hay aún miles y miles de familias que, conforme el Gobierno de Kiev, siguen pendientes de recuperar a unos menores a los que se han llevado las fuerzas rusas de ocupación.
Seguir leyendo