Los hurtos artísticos son mucho menos espectaculares de lo que la ficción en el cine o las novelas han querido mostrar. Claro que ha habido hurtos teatrales, como exactamente el mismo de la Gioconda, que la convirtió en un icono global, pero son menos llamativos y menos comunes de lo que pueda parecer. Por la simple razón de que de manera frecuente los ladrones no saben dónde encontrar un comprador. Si son obras menores, no se pagan, y si son obras maestras, es difícil que un coleccionista y mucho menos un museo se juegue su integridad ante un delito de estas peculiaridades. Pero los hay.
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