H- ¿No te has enterado de que este es un tema tabú?. ¿Y que has de abandonar a opinar y a expresarte con libertad?.
A– Hombre, no creo que sea para tanto. Me resisto a admitirlo.
H– Mira, a los auto-proclamados paladines de la defensa de la libertad sin trabas, en particular la sexual, semeja que les cuesta admitir la libertad de expresión de quienes no comparten sus opciones, soportar a quien no piensa como y, mucho menos, que se les contradiga públicamente. Cuando esto de genera, da la sensación de que les falta tiempo para plantearlo como una agresión y una incitación al odio hacia sus colectivos.
Es curioso que cuando comentas algo al respecto con otras personas notas que, habitualmente, prefieren escabullirse y no manifestarse. En privado no tanto. Mas, en público, de decir algo se limitan a lo políticamente correcto. Es tal y como si se hubiera extendido el temor a opinar entre la mayor parte de personas que no participan de sus tendencias y sus comportamientos, aún a pesar de que estos no cuestionen que ellos hagan lo que les venga en gana.
A– De ser así, te diré que nada nuevo hay bajo el sol. Esa es la evolución frecuente de la imposición ideológica, que empieza por pedir entendimiento, después tolerancia, para pasar -cuando las primeras resistencias han caído- a reclamar la igualdad, luego discriminación positiva (a costa del resto, evidentemente) exigiendo más derechos y pretendiendo la preferencia(1). Finalmente, ya desde una manifiesta situación de orgullo, se apunta y amedranta al discrepante so pena de lapidación y destierro social, persistiendo en su acoso hasta lograr su silencio y su muerte civil.
H– Esa actitud, ¿no se semeja bastante al talante de unos talibanes, liberticidas del arbitrio del resto?.(dos)
A– Eso me recuerda una oración de Mons. Chaput: “El mal no aguanta a sus críticos. El mal no desea ser tolerado; tiene que ser reivindicado como derecho”.
H– Visto lo visto, ¿no piensas que no poco han conseguido ya, y que su presión ha cosechado un indudable éxito?.