Cerca de las once de la mañana de este martes, un conjunto de veinteañeros caminaba por un sendero cargados de mochilas y neveras de playa. Están en pleno monte, en paisaje prácticamente yermo, mas no se han perdido. “Vamos a darnos el último baile”, aseveran a quienes se cruzan por el camino. Todos se ocultan tras unas gafas de sol pues la noche ha sido larga. Tan larga que empezó hace cuatro días. Son asistentes a la rave sin autorización que tiene sitio en unos terrenos municipales en las afueras de La Peza (Granada, mil ciento setenta habitantes) desde el pasado día treinta y que aún no tiene data de finalización. De entrada gratis, la celebración ilegal se festeja en un espacio afín al de cualquier festival de música, con seis escenarios donde 22 colectivos musicales de toda Europa pinchaban a todas horas. A su alrededor hay carpas con comida, puestos de camisetas y jabones o una zona de camping. Solo faltan los baños prefabricados. “Bienvenidos a la urbe de la fiesta”, chillan los chavales mientras que aceleran el paso, cruzan un terreno recién arado y comienzan a danzar con las cimas blancas de Sierra Nevada como marco en el horizonte.
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