A 1.300 quilómetros del casco del Círculo Polar Ártico, en la isla de Spitsbergen del archipiélago noruego de Svalbard, bajo tierra y a prueba de bombas, se halla lo que se ha bautizado como la cámara del fin del planeta o el arca de Noé de las semillas. Oficialmente, se llama Banco Mundial de las Semillas y allí se almacenan un millón de variedades de seis mil especies de todos y cada uno de los climas y continentes. El objetivo: asegurar que el humano pueda proseguir generando alimentos en caso de que se produzca una catástrofe.
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España pone a buen recaudo mil variedades
Aunque las actuaciones en España para evitar la pérdida de variedades y la recuperación de semillas se remonta a fines del siglo XIX cuando la filoxera diezmó los viñedos, la estrategia más importante en esta dirección se sitúa en los años setenta y ochenta con las acciones del Instituto Nacional de Investigaciones Agrarias, INIA, así como el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, CSIC, cuyo resultado es más de una treintena de bancos de cuyas semillas tiene una copia el banco nacional en la figura del Centro de Recursos Fitogenéticos (CRF). En su cometido de almacenar, recuperar y mejorar las semillas, el CRF cuenta con un fondo de unas cuarenta y cuatro variedades. Desde marzo de este año, España tiene depositadas en Svalbard más de un millar de semillas de las que trescientos corresponden a cereales de invierno, 114 son de trigos, 510 leguminosas y doscientos hortícolas.