Juan recuerda de qué manera en los sesenta, desde el bar que montó su padre y que dirige él ahora, solo se veía “el mar, cuatro burros y la torre de la iglesia”. El único mar que ve ahora es de plástico: miles y miles de hectáreas de invernaderos blancos rodean al que en un momento fue el único establecimiento de la zona de Congo (Vícar, Almería). Es lo que es conocido como “el milagro almeriense”, un fenómeno que ha convertido a unas pocas explotaciones iniciadas por familias que emigraron de la Alpujarra granadina a la zona en lo que ahora se conoce —junto con Murcia— como la “huerta de Europa”, por ser uno de los primordiales distribuidores de hortalizas del Viejo Continente. En un contexto complejo, por las subidas de costes y una menor producción, los invernaderos han sabido sortear las penas en los dos últimos años, beneficiados en una parte por el golpe de la crisis energética a sus contendientes europeos.
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