Cinco días de conjuras y traiciones en el febrero más convulso en la historia del PP acabaron hace un año con la carrera política de Pablo Casado, el primer líder nacional votado por sus componentes y derrocado por sus líderes. La cúpula de su partido, a la que Casado había dado poder e influencia, le abandonó solo tres días tras elogiarle por denunciar las prácticas supuestamente corruptas de la presidente Isabel Díaz Ayuso. “Enhorabuena presidente. Sinceridad y verdad. Ése es el camino”, escribieron en el grupo de WhatsApp del comité de dirección del PP los portavoces parlamentarios, Cuca Gamarra y Javier Maroto, o la vicesecretaria Elvira Rodríguez. Lo hicieron solo unos minutos después de que Casado lanzase en la cadena COPE el ataque más virulento contra Ayuso a cargo de un supuesto caso de corrupción. Los fieles que le señalaban que el camino era denunciar las supuestas prácticas corruptas de Ayuso, demandaban solo setenta y dos horas después un cambio de liderazgo en el partido.
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La borrascosa celebración del balcón que adelantó la crisis
Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez Almeida fueron en 2019 apuestas personales de Pablo Casado para aspirar a sostener el Gobierno de la Comunidad de Madrid y recobrar la alcaldía de la capital. Fue un empeño de Casado contra el escepticismo de múltiples cooperadores, quienes apostaban por candidatos presuntamente más sólidos que se ponderaron, como Isabel García Tejerina o Javier Fernández Lasquetty.
Alguno de esos asistentes del líder del PP mantiene que Casado realmente pensaba que Ayuso nunca gobernaría la Comunidad, pero que le podría ayudar como presidente del PP de la capital española ante una futura batalla interna en un congreso contra el gallego Alberto Núñez Feijóo, con el que contrincantes y amigos aceptan que parecía tener fijación.
Ayuso tuvo en dos mil diecinueve los peores resultados del PP en la Comunidad, mas logró gobernar merced a Ciudadanos y Vox. Dos años después, todo había alterado y Ayuso aprovechó la fracasada moción de censura del PSOE en Murcia para adelantar elecciones en plena ola de popularidad por su gestión antagónica a la de Pedro Sánchez en la crisis sanitaria de la covid. El 4 de mayo de dos mil veintiuno, el PP logró una victoria definitiva, con más escaños que toda la izquierda, lo que le permitió evitar la coalición con Vox.
La organización de la celebración de esa victoria electoral fue un tremendo quebradero de cabeza, que anticipó la batalla de celos y envidias de los meses siguientes.
Dos días antes del cuatro-M, en la mañana del 2 de mayo, en la recepción oficial de la celebración de la Comunidad, el jefe de Gabinete de Ayuso, Miguel Ángel Rodríguez en persona, ya había sobre aviso a Casado de que no quería que Ayuso festejase su presumible victoria con la tradicional salida al balcón de la primera planta en Génova 13. Quería diferenciarla de un triunfo del partido por algo más suyo. Hacerlo en Sol. El intento no fructificó y dejó secuelas.
Los directivos de comunicación de Casado, María Pelayo, y de Ayuso, José Luis Carreras, acordaron más tarde que primero aparecería en el simbólico balcón la candidata, sola; y luego se sumaría el líder nacional. También acordaron no prolongar demasiado la celebración para evacuar al gentío cuanto antes pues aún había restricciones por la pandemia. Nada salió como se había hablado.
A Ayuso, Rodríguez y su equipo no les gustaba la idea del balcón porque querían bajar a la calle y mostrar contacto directo con los simpatizantes. Cuando llegó el instante, Carreras intentó acceder al despacho que da acceso a la balconada para ultimarlo todo y el jefe de seguridad del partido se lo impidió, como a otros altos cargos de Ayuso, por órdenes directas del secretario general del PP, Teodoro García Egea, según corroboran diferentes fuentes.
Carreras llegó a elevar el tono y en ese instante apareció Casado, que preguntó qué sucedía. Al final comparecieron todos juntos para felicitarse por la victoria.