Muchos políticos aseguran que tienen unos objetivos tan encomiables y socialmente precisos que sería monstruoso enfrentarse a ellos: terminar con la miseria, erradicar la corrupción y el nepotismo, progresar la educación, la sanidad y demás servicios públicos, eliminar el racismo, el machismo y la inseguridad ciudadana, etc…. De estos males ofrecen numerosos ejemplos en nuestra propia sociedad. ¿Sus raíces estructurales? Son de sobra conocidas, el capitalismo (en ocasiones se añade “salvaje” incurriendo en pleonasmo), el neoliberalismo, el clasismo, la rapacidad de los poderosos, etcétera… Sin quitarle mérito a las buenas intenciones de los partidos (si sus intenciones son buenas no hace falta incorporar que son de izquierdas) ni desmentir las críticas a los regímenes liberales, conviene hacer una última pregunta ya antes de entregarnos a ellos: sabiendo ya lo que detestan, ¿cuáles son los países cuya gestión aprueban, los que aceptan como modelos o compañeros de regeneración? Los sistemas vigentes siempre y en toda circunstancia tienen fallos e insuficiencias, mas… ¿de qué forma son, a qué saben o huelen los que están más cerca del ideal conforme quienes van a mejorarnos?
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