No se podía subir el Salario Mínimo Interprofesional (SMI) y crear puestos de trabajo. No se podía financiar los ERTE (expedientes de regulación temporal de empleo) sin entrar en una crisis de deuda pública. No se podían subir los sueldos para aliviar el daño de la inflación sin retroalimentar las subidas de precios. No se podía poner un tope al gas… Por supuesto, tampoco se puede reducir la jornada laboral porque la productividad está estancada.
Los mantras neoliberales sobre la economía están cayendo uno a uno en la respuesta social (e inédita) a los shock encadenados de la pandemia y de la crisis energética exacerbada por la invasión rusa de Ucrania. El último, el que intenta frenar la propuesta de reducir el tiempo oficial de trabajo sin reducir el salario está pintando una falta de eficiencia de nuestra economía, y en concreto, de los trabajadores.
Sin embargo, esta visión sombría de la productividad choca con el crecimiento de la actividad de los últimos años (el PIB ha avanzado más en España que el resto de grandes economías europeas) y con la creación de puestos…