Nada en su carrera política ha seguido una línea recta. Ni la batalla por la secretaría general del PSOE, ni la llegada a La Moncloa, ni la coyuntura histórica que ha gestionado desde 2020, ni la lidia con una oposición que compite en agresividad y espacio electoral con la extrema derecha. El líder resistente, hermético, con un singular instinto político para la supervivencia, sin piedad para hacer y deshacer equipos, capaz de sostener a los socialistas cuando vieron crecer como nunca en esta democracia el espacio político a su izquierda: ese líder atravesó una línea de sombra hace unos días. Se dirigió por carta a los españoles anunciando que abría un periodo —cinco días de abril— para reflexionar si seguía o no al frente del Gobierno después de la apertura de unas diligencias judiciales a su mujer, Begoña Gómez, a las que la mayoría de los expertos jurídicos conceden poco recorrido, tras años de acoso personal y político por parte de las derechas españolas. Concluyó que debía seguir en el cargo y lo anunció en una comparecencia pública y en un par de entrevistas en las que acusaba desgaste físico. No compartió con su equipo ni la apertura de la reflexión ni la decisión final. Las interpretaciones siguen disparadas: ¿un hombre de nuestro tiempo que reclama una pausa para reencontrar el camino?, ¿una impostura para victimizarse ante las dificultades?, ¿una jugada para retomar la iniciativa en tiempo electoral? Con ánimo de salir de dudas acudimos a esta entrevista en Barcelona, donde Sánchez se ha incorporado a la campaña catalana que él mismo eclipsó hace una semana con ese movimiento aparentemente inexplicable.
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