Por primera vez en su inédita carrera política, llena de caídas y remontadas, Pedro Sánchez ha mostrado que su resistencia, su palabra fetiche, tiene un límite. Desde primera hora de la mañana, por los gestos, era evidente que el presidente estaba muy tocado con la decisión de un juez de abrir diligencias para investigar a su esposa, Begoña Gómez, tras una denuncia del grupo ultra Manos Limpias, especializado en denuncias contra dirigentes de izquierda que suelen quedar en nada. Sánchez salió del Congreso visiblemente molesto y se fue a La Moncloa. Se encerró con su familia y redactó una carta en la que asegura que está pensando seriamente en dimitir tras los “ataques sin precedentes” a su esposa. “Necesito parar y reflexionar. Me urge responderme a la pregunta de si merece la pena, si debo continuar al frente del Gobierno o renunciar a este honor”, señala el presidente en una “carta a la ciudadanía” difundida en su cuenta de la red social X, sin membrete oficial, como muestra de que es una cuestión personal. Sánchez se lo pensará durante el fin de semana y el lunes anunciará si dimite o no. Lo hará en un momento de enorme intensidad política, en plena campaña catalana, con las europeas a la vista y cuando aún, hasta el 29 de mayo, no puede adelantar las generales, pero sí dejar a María Jesús Montero, su vicepresidenta, al frente del Gobierno.
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