Solo hay una manera de referirse al Rey del fútbol mundial con cuatro letras: Pelé. Mucho más que una leyenda. Considerablemente más trascendente que el debate infinito y vano sobre la jerarquía en el olimpo, el orden de Di Stéfano, Pelé, Cruyff, Maradona y Messi, los que más consenso producen tratándose de clasificar a los mitos más mitificados. Cada cual tuvo lo suyo, Pelé tuvo de todo. En él hubo una coincidencia mágica. Di Stéfano terminó su carrera en mil novecientos sesenta y seis, justo cuando la TV dejaba de ser un lujo. Desde mil novecientos cincuenta y ocho se habían retransmitido las finales mundialistas, pero solo ciertos privilegiados podían ver la historia legendaria oral que ya circulaba sobre Pelé, el hijo de Dondinho, modesto exjugador retirado por una lesión a los 24 años al que su descendiente veneraba -decía el genio, con absoluta devoción, que su papá llegó a meter 5 tantos de cabeza en un partido-.
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