Solo un país en el mundo lleva por nombre el de la dinastía dominante. Se trata de Arabia Saudí y el clan al que rinde semejante homenaje es el de los Saúd. Durante décadas, el petro-Estado ha vivido en una especie de nirvana gracias a la lluvia narcotizante en forma de millones de dólares que le proporcionaban las enormes reservas de petróleo sobre las que se asienta. Esa complacencia que otorga el dinero gratis degeneró en un régimen anclado en el pasado, con altas dosis de corrupción y burocracia. Mientras sus vecinos del Golfo (que no siempre amigos) como Kuwait, Qatar, Emiratos Árabes o Baréin emprendían una diversificación de sus economías para reducir su dependencia de los combustible fósiles, Riad no movía ficha. Pero todo cambió en 2015. Ese año Salmán bin Abdulaziz accedió al trono saudí y poco después entregó las riendas del día a día en el reino del desierto a su hijo y príncipe heredero.
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Un gran fiasco llamado Credit Suisse
En otoño de 2022, el Saudi National Bank (SNB) pensó que poner dinero en una entidad centenaria como Credit Suisse era una apuesta segura. Por eso aportó 1.400 millones de francos en la ampliación de capital del banco suizo. Pocos meses después, en marzo de 2023, el castillo de naipes se vino definitivamente abajo. Y en parte el desencadenante fue el propio SNB. La crisis de los bancos regionales en EE UU hizo que los inversores pusieran en su diana a las entidades más débiles. Cuando se le preguntó al presidente de la firma saudí si podría más dinero en Credit Suisse lo negó rotundamente. Pocas semanas después, UBS se hizo con su rival a precio de saldo.