En España decir moción de censura es homónimo de descalabro –con permiso de Pedro Sánchez–, mas nunca de bochorno. El hoy presidente del Gobierno es el único líder de la oposición que cuando lo fue consiguió el apoyo del Parlamento a la registrada contra Mariano Rajoy en 2018. Las precedentes, en mil novecientos ochenta (González contra Suárez), en 1987 (Hernández Mancha contra González), en dos mil diecisiete (Pablo Iglesias contra Rajoy) y en 2020 (Abascal contra Sánchez) no prosperaron, pero al menos no tornaron en la ópera bufa que este martes se interpretó en el Congreso de los Diputados. Bochornoso espectáculo que no merecen ni el Parlamento ni los españoles.Se sabía por adelantado que la sexta petición de censura en democracia sería un desastre en términos numéricos. Se intuía también, por la caricatura de los preliminares, que tendría algo de adefesio, esa mezcla de tragedia y comedia que se identifica por una exageración cómica de los rasgos más ridículos de la realidad. Mas fue incluso peor que eso.Todo evocó a una escena entre ridícula y absurda. Por inquietante. Por la deformación exagerada de ciertos personajes. Pues el Gobierno resultó sano y el principal partido de la oposición, trasquilado. Pues la formación proponente salió peor parada de lo que entró en la Cámara Baja. Por el hecho de que al nonagenario candidato se le hizo eterna la sesión y no soportó siquiera la lectura completa del alegato que llevaba escrito. Y, sobre todo, por la resultante de ello, que fue la proyección de un marco desgarrador sobre las instituciones democráticas que recuerda que las democracias, si bien algunos no se den por enterados, ya no mueren por asonadas militares como antes, sino más bien por ese fuego lento que las desgasta desde dentro. Está en el manual del buen populista y lleva por nombre antipolítica. Aún así los ultras de Vox volvieron…