Había aún restos de sangre en la entrada. Gasas de los sanitarios empapadas, jeringas, tubos médicos abandonados. El jardín delantero del adosado donde vivían Elena B., de treinta y tres años, sus dos hijos de 13 y catorce, y su pareja y padre de los dos niños, Juan José, de cincuenta y dos, era la mañana del jueves un escenario macabro. Junto a los restos que hacían intuir el horror vivido en ese sitio solo unas horas antes, había un coche rojo de juguete, unas bicis, un carrito de bebé cargado de ropa. Y ningún vecino. Persianas bajadas, casas unifamiliares descuidadas en lo que prometía ser hace una década una zona residencial a orillas del río Alberche, mas de la que solo quedaron sus chalés sin apenas gente, una esquina distanciado del pueblo con calles que llevan nombres de playas, si bien la costa quede demasiado lejos de Escalona, un ayuntamiento rural de Toledo.
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