Parece patraña que solo hayan pasado 5 días desde que vimos el bus de las campeonas pasar por nuestra calle, desde el momento en que nos enganchamos a la T.V. para proseguir el recorrido hasta la capital española Río. Semeja mentira que haya transcurrido tan poco tiempo desde el momento en que yo, columnista en vacaciones, fuera escribiendo en mi psique la crónica de esa llegada del equipo al estrado, de la alegría que se nos contagiaba por su entusiasmo, tan natural, tan comprensible, que de manera fácil provocaba una identificación popular con su proeza, incluso si bien fuera la primera vez que nos habíamos abonado a seguir un Mundial. Sí, , gente como nosotros a la que el futbol no logra exaltar y que esta vez lo veía movida por una honda emoción, la que se siente por jóvenes mujeres que han llegado a lo más alto en un universo hostil.
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