El arranque de partido, nuevamente con Argentina por medio, volvía a discurrir en medio de otra nada y su hinchada, un no parar en cada rincón de la urbe, se anestesió. Cómo iría la noche en Lusail. Nadie lo podía imaginar entonces, mas aquel remanso se terminó transformando en un guiño (involuntario) a Julián Álvarez, el muchacho callado de la Albiceleste, el que habla poco fuera y poco a poco más dentro del campo. Con él empezó Messi a sujetar su segunda final de un Mundial, la sexta de la selección (dos títulos). La última ocasión para el 10 de llegar al único cielo que le importa a los 35 años tras terminar por los suelos en 2014. Antes, eso sí, se obsequió una jugada de postal.
Seguir leyendo