El viaje a China del canciller alemán, Olaf Scholz, ha dejados varios recados en Este y Occidente. Dos nítidos mensajes a Pekín: la locomotora alemana, renqueante y achacosa, necesita al gigante asiático como fábrica para sus empresas y como destino para sus exportaciones; pero a la vez, Berlín no está dispuesta a tolerar una competencia económica desleal, un aluvión de productos subvencionados ni la vulneración de los derechos de propiedad intelectual. Pero, Scholz también ha enviado una advertencia a la UE: cuidado con ser demasiado proteccionista con China, porque las consecuencias pueden graves. En torno a este fino equilibrio del “de-risking”, el concepto con el que la Unión Europea trata de hacer frente desde hace un año a los riesgos por la excesiva dependencia de China, sin cortar todos los lazos, se ha desarrollado el periplo de tres días de Scholz por la República Popular. La comitiva alemana, con representación nutrida de grandes compañías, ha pasado por las megaúrbes de Chongqing y Shanghái antes de recalar en Pekín, donde el canciller se ha entrevistado este lunes con el presidente, Xi Jinping.
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