En febrero de dos mil veintidos, un paracaidista profesional ruso fue llamado a combatir en el ejército contra Ucrania. Él y su unidad entraron en Jersón para conquistar la urbe portuaria. Luego se atrincheraron setenta kilómetros más allí, cerca de Mikolaiv. A lo largo de un mes largo sufrieron el fuego de la artillería pesada ucrania. El soldado sufrió heridas en la cabeza, que le provocaron una infección ocular. Entonces pensó: “Nuestra misión es absurda, ¿por qué estamos en esta guerra Dios, si sobrevivo, haré lo posible para detener ese despropósito.”
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