Salir a la calle (en ocasiones) comporta perder la fe en la humanidad. Es el hombre que tiene la música del móvil a toda leche en el transporte público, esa chavala que ni saluda al entrar al comercio, la nómina que puede no reflejar el esfuerzo invertido en el trabajo, el montón de basura cerca de los contenedores, una amistad que se resquebraja o ese patinete que prácticamente te atropella al niño.
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