La agresividad del alegato de Año Nuevo de Vladímir Putin destiñó impotencia y desesperación frente a las crecientes dificultades rusas para mantener la ofensiva contra Ucrania, con tropas desalentadas y sin ninguna conquista significativa. Las oleadas de misiles que cayeron en los últimos días sobre Kiev, Jersón y otras urbes ucranias seguirán con el fin de someter indiscriminadamente a la población. La destrucción de las condiciones de supervivencia en la mayor parte del país son la meta prioritario de un jefe político ruso cuya estrategia ha dejado de tener objetivos militares desde hace mucho tiempo: las primeras semanas de este nuevo año no van a traer nada nuevo para Ucrania, y tampoco piedad con un país que Putin prosigue considerando parte natural de su propia nación, lo quiera o no la ciudadanía ucrania. Las esperanzas de alto el fuego o de paz negociada han ido volatilizándose a cada nuevo intento y nada hace pensar que puedan retornar al primer plano mientras la devastación metódica prosiga siendo la estrategia de Putin. El castigo producido a Jersón últimamente nace de la venganza por la expulsión de las tropas rusas, sin que tenga posibilidad real de recuperarla, en una política de tierra quemada con visos de crímenes de guerra. El desequilibrio de motivación entre unas y otras tropas prosigue pesando en el campo de batalla: mientras unos defienden su país de una invasión, los otros la ejecutan sin saber demasiado bien por qué. El discurso de Putin de Año Nuevo invirtió de nuevo la realidad para aparecer como víctima de un ataque de Occidente contra él, con Ucrania como instrumento, pero difícilmente va a poder conseguir el objetivo de estimular a sus tropas, a pesar de que acaban de percibir la gracia, tanto los soldados como sus familias directas, de suspender sus obligaciones fiscales con Hacienda.
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