A Soleá Morente (la capital de España, 1985) nunca le ha pesado el apellido de su padre, más bien al revés, lo lleva con una inmensa dignidad y admiración. Es lo que tienen los flamencos. Mientras que todos los demás nos hallamos en un estado de revisionismo permanente que nos hace pensar anteriormente como otra forma más de vergüenza, ellos son capaces de preservar en sus raíces el mejor de los motivos por el que enorgullecerse. La sombra de Enrique Morente ha sido, en verdad, el mejor cobijo posible para la proliferación del talento musical e interdisciplinar de sus 3 hijos (Estrella, Soleá y Kiki) y de todos los artistas que hoy en día se pueden llamar, a sí mismos, flamencos.
Soleá, exactamente, es la que mejor ha representado esa vertiente inquieta y curiosa que hizo de su padre uno de los grandes renovadores del género. La mediana de los Morente ha desarrollado su carrera musical entorno a la mezcla y la cooperación, entendiendo mejor que absolutamente nadie esa capacidad que tiene el flamenco para lucrarse a partir de la vida moderna.
Es filóloga, vocalista, compositora y divulgadora, pero ante todo, flamenca….
