La pandemia ha dejado unas enormes ganas de fiesta. No habrá servido para concienciarnos de nada en particular, ni siquiera de la importancia de lavarnos las manos durante un minuto, pero el impulso de celebrar la vida sigue ahí, corregido y aumentado. Y esa euforia no parece momentánea ni un falso arranque tras el parón provocado por la covid. En Barcelona, al menos, se diría que ha venido para quedarse.
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