En el Evangelio de san Lucas se cuenta que José y María subieron de Nazaret a Belén para empadronarse. Obedecían a un edicto del emperador César Augusto que aplicó en Siria el gobernante Cirino. María estaba embarazada y, cuando llegaron allí, “se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada”. El Ángel del Señor se ocupó enseguida de avisar a unos pastores que dormían al raso en las cercanías y que hacían turnos para observar al rebaño. Les anunció que les acababa de nacer un salvador y que lo reconocerían por el hecho de que sus padres tenían a la criatura con pañales en un pesebre. Se generó inmediatamente después un tanto de estruendo porque vino una “multitud celestial” a ponerse al lado del ángel y alabar a Dios. Los pastores fueron a Belén, hallaron al pequeño, charlaron de lo que les había ocurrido y cuantos los escuchaban quedaban maravillados. Y así comenzó aproximadamente todo, conforme una de las versiones.
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