“¿No oyes las chicharras?”, afirma Pepe, labrador de 49 años de Linares (Jaén), del otro lado del teléfono. El hombre, autónomo, trabaja sus tierras al lado de dos labradores más. “Esto es mortal, dicen que llegaremos a cuarenta y seis grados. El día de ayer aguantamos hasta la una. Hoy cortaremos ya mismo”, dice a las once y media de la mañana. Menos suerte corren dos obreros en una calle de la capital española, arreglando la acera en un distrito del sur de la capital. “Trabajamos como cualquier otro día del verano, no nos han dicho nada por haber alerta por calor. El agua nos la debemos traer nosotros y absolutamente nadie te dice que puedas parar”, explica uno de ellos.
Los obreros dependen de empresas privadas, que no han tomado ninguna medida especial más que aplicar el horario obligatorio de verano de siete a quince horas. “La mía es una subcontrata del Municipio de la villa de Madrid, mas él está peor que yo: trabaja para una subcontrata que depende de la mía, con peores condiciones todavía”, cuenta…
