Abdala es sirio y tan joven que ni recuerda su país natal. Tiene trece años y su familia escapó hace diez de Alepo. “Nuestra casa se ha caído. De veras. Estábamos fuera y después del terremoto fuimos a ver cómo estaba y no quedaba nada. Pasé mucho miedo”, cuenta en el polideportivo de la localidad de Sanliurfa, en el sureste de Turquía, decorado con imágenes del padre creador de la Turquía moderna, Mustafá Kemal Atatürk, y del presidente, Recep Tayyip Erdogan, así como banderas del país. Un ciento pasa acá la noche en colchonetas de gimnasia con mantas para combatir el temporal que asola la zona.
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Familiares angustiados procuran viajar a las zonas afectadas
Mehmet, de 25 años, vuela a su urbe natal, Sanliurfa, una de las perjudicadas por el seísmo, a “dar un abrazo” a su madre y sus hermanos. “Todos están bien, merced a Dios. Pero estaré con ellos y a asistir en lo que pueda”, cuenta. A Mehmet la noticia le pilló en Bursa, la urbe cercana a Estambul en la que trabaja y no ha encontrado billete hasta este martes a Sanliurfa. “Es muy triste que pase algo así en tu país, más aún en tu urbe”, resume.
Los vuelos internos a las provincias afectadas en el sur del país van sin asientos vacíos desde el terremoto. El temporal invernal (este martes nieva y la sensación térmica de madrugada era de seis grados negativos) ha generado cancelaciones y algunos aeropuertos de la zona se han visto afectados por el seísmo o están parcialmente reservados a los vuelos de ayuda humanitaria, según ha señalado este martes el presidente turco. Recep Tayyip Erdogan ha pedido que “absolutamente nadie viaje a las zonas del terremoto salvo que sea necesario, que no se usen las carreteras que van a la zona y que solo se llame por teléfono en casos de emergencia”. “Estamos teniendo contrariedades para llevar materiales de ayuda y equipos de rescate a algunas zonas debido a las duras condiciones invernales”, ha agregado.
Pese al llamamiento del presidente, las plazas para viajantes regulares que quedan desde Estambul hacia aeropuertos de la zona, como Adana, Sanlıurfa o Gaziantep, son rápidamente ocupadas, normalmente por familiares de los afectados, que regresan a apoyarlos. “Mucha gente llega sin billete, pidiendo la primera cosa que salga, pues tienen familia allí”, explican en una pequeña agencia de viajes en el aeropuerto de Sabiha Gökçen, en la ciudad de Estambul.
Tanto allí como en el principal aeropuerto de la urbe, el Internacional, hay colas en frente de las ventanas de venta de billetes de las aerolíneas. También se ven equipos de búsqueda y rescate con el uniforme. En los mostradores y en las puertas de embarque, los semblantes reflejan preocupación, con lloros y llamadas ante los frecuentes retrasos y cancelaciones. Ciertos se refugian en consultar las redes sociales desde sus teléfonos, bien para continuar las noticias sobre la desgracia, bien para todo lo contrario: abstraerse.
El vuelo de Myriam Sedkati hacia Adana, otra de las áreas más afectadas y puerto de entrada a la ayuda humanitaria, no sale hasta en 4 horas, pero ya espera sentada en frente de la puerta de embarque en el aeropuerto de Sabiha Gökçen. Es marroquí, mas está casada con un turcochipriota originario de Adana. Los dos viven en la isla. A ella el terremoto le sorprendió en su urbe natal, Meknès. “Lo vi en la televisión y pensé: necesito ir”, explica. Se desplazó hasta Casablanca para tomar el primer vuelo a Turquía con la intención de respaldar a su familia política. “Están asustados de que haya una réplica. Voy a decirles: ‘que Dios os proteja’, que sientan cariño, humanidad. Son humanos y los humanos en ocasiones precisamos que alguien nos afirme que todo va a ir bien y que esto quedará atrás”, dice Sedkati, de treinta y tres años, tras enseñar un vídeo de la casa de sus suegros con cascotes en la cocina, grietas en la pared, cables colgando y ventanas rotas.
En las zonas perjudicadas algunos ven la situación de otro modo. Ayse, por poner un ejemplo, recibió un mensaje de su tío desde Antioquía: “Chicos, no vengáis, no tiene sentido. No hay donde alojarse, no hay hoteles, ni supermercados, ni gasolina. Yo estoy en casa de Ahmet, en el pueblo, que se sostiene en pie de alguna forma. Mas mañana echaré una tienda para dormir fuera”.