El expresidente Donald Trump ha recitado esta noche desde Mar-a-Lago todo el memorial de agravios que acumula desde que, aún en la Casa Blanca, fue investigado por la trama rusa -la posible connivencia del Kremlin para asistirle a ganar las elecciones de dos mil dieciseis- o sometido a los dos impeachments, o juicios políticos, de los que salió indemne. El republicano hizo un diagnóstico de la naturaleza de su victimismo, a la par que una apelación a sus fieles, en su feudo de Mar-a-Lago (Florida). Ponía fin así a una jornada mareante en la que horas antes había sido encausado en la ciudad de Nueva York por tres pagos en negro para esconder relaciones extramatrimoniales a lo largo de la campaña de dos mil dieciseis. Si estaba herido en su fuero interno, no lo demostró frente al atril desde el que se dirigió, en un tono inusualmente calmo y desprovisto de su vociferante energía, a sus seguidores.
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