Hoy es uno de esos días en los que todo se encuentra levemente fuera de su sitio. El sofá del salón, por ejemplo: alguien lo ha corrido, quizá para buscar una moneda debajo de él, y no ha vuelto a colocar las patas exactamente donde estaban. Se aprecia en el suelo una marca que certifica el desplazamiento. No pasa nada. Empujo un tanto el mueble y las hago encajar en su señal. Enseguida, descubro un cuadro torcido que deja al descubierto un trozo de pared en el que la pintura tiene una tonalidad distinta a la del resto de la habitación. Tampoco importa: basta el movimiento de un dedo para devolver el marco a su emplazamiento frecuente. En la cocina, al abrir un cajón, observo que los tenedores y las cucharas, en vez de continuar en sus compartimentos, se han mezclado creando una confusión que me disgusta. Respiro pacientemente mientras que restituyo el orden perdido a la cubertería.
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