El anuncio de Vladímir Putin de abrir una tregua de 36 horas para celebrar la Navidad ortodoxa los días 6 y siete de enero revela su doble cara como jefe militar y político. La protección de las tradiciones de la fe pretende emitir un mensaje humanitario sin que pueda ocultar a la vez el cinismo que reviste una decisión unilateral (otra vez) de forma inmediata rechazada por las autoridades del país invadido. Un portavoz de Volodímir Zelenski ha sido muy explícito: la única tregua posible es la retirada del territorio ocupado militarmente y anexado por Putin tras la celebración de cuatro (falsos) referéndums. La propuesta de tregua posiblemente revela algo más de la estrategia de Putin al infravalorar la percepción que la UE y Occidente tienen de una guerra sin justificación y que de forma masiva han condenado. El ademán de Putin no puede ser más miope frente a una comunidad internacional que no acepta las anexes unilaterales y por la fuerza brutal de las armas. En realidad, lo que viene a demandar Putin es que Ucrania declare un alto el fuego para que pueda festejarse la Navidad ortodoxa en el frente sin peligro para sus tropas. Kiev no va a tener más remedio que acatar esa resolución si bien sea evidente la naturaleza propagandística de la maniobra de Putin. Una tregua solo es tal cuando media un pacto entre las partes enfrentadas y la garantía de un arbitraje neutral.
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