Mario Draghi llevaba solo un año al frente del Banco Central Europeo (BCE) cuando dos periodistas alemanes le preguntaron si se sentía cómodo viviendo en el país del Bundesbank. El italiano no eludió el envite. La distancia que en 2012 había ya entre ambas instituciones, separadas por un paseo de 20 minutos en bici, era más que obvia. “En estos momentos tenemos opiniones diferentes sobre la mejor manera de contener la crisis”, respondió. El sector más laxo del BCE había logrado imponer sus tesis para sacar a Europa de la penuria económica, aun a costa de romper con los principios más sagrados de la ortodoxia: compraron deuda a mansalva y fijaron tipos ultrabajos, incluso negativos. Esa misma receta se siguió en Washington, Londres o Tokio.
Seguir leyendo
Un punto de inflexión para los balances
La anemia económica de la década pasada y el batacazo de la pandemia obligaron a los bancos centrales a lanzar planes masivos de deuda para dar oxígeno a sus mercados. Solo durante la crisis de la covid-19 las cuatro grandes instituciones monetarias mundiales –Washington, Fráncfort, Londres y Tokio— lanzaron programas por valor de ocho billones de euros, según el think tank Atlantic Council. Los institutos monetarios ahora han ido soltando lastre, pero de forma progresiva. El BCE empezó por poner fin a las adquisiciones de deuda de sus dos grandes programas y buscó cortar las barras libres de liquidez a la banca. En 2022, redujo su balance de 8,56 a 7,95 billones de euros. Y el año pasado lo dejó en 6,9 billones. Eso sí, el coste fue sus primeros números rojos de casi 8.000 millones, que pudo reducir a 1.266 millones tras emplear provisiones.
Los miembros más heterodoxos del BCE temían que el drenaje de la cartera de bonos pudiera provocar un aumento de los intereses de la deuda soberana. Al inicio de la subida de tipos, de hecho, las primas de riesgo de los países se dispararon por miedo a una nueva crisis de deuda. Los países lanzaron entonces un instrumento para combatir esa fragmentación de los mercados de bonos (TPI, por sus siglas en inglés). Y funcionó: la deuda ha aguantado en niveles razonables y las primas de riesgo se han mantenido a raya. Ese sector de la autoridad monetaria logró, además, que las reinversiones del programa vinculado a la pandemia (PEPP) se mantuvieran de algún modo hasta finales de este año, dando margen al BCE a usar otras herramientas antes de recurrir a la artillería pesada.