El fin de la violencia de ETA inauguró un nuevo ciclo político en el País Vasco en el que, entre todos sus protagonistas, ha sobresalido un nombre propio: Iñigo Urkullu. Desde el momento en que jurase por vez primera el cargo de lehendakari, hace ahora diez años, ha apostado por consolidar una imagen de moderación y una posición de centralidad, cimentada en la recuperación del pacto con el PSE, que le ha tolerado repetir sucesivos éxitos electorales y una aprobación, quizá no entusiasta, pero sí mayoritaria entre la sociedad vasca. Ahora, enfila la recta final de su mandato, posiblemente su último año y medio en primera línea política, con el reto de eludir la autocomplacencia y sortear las fallas que se aprecian en ámbitos clave del autogobierno como la sanidad.
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